Hay leyes que gobiernan el crecimiento y el desarrollo, y se aplican de manera idéntica, tanto en teoría como en aplicación, en los planos físico, mental, emocional y espiritual. Además, no hay diferencia en cómo operan, ya sea un organismo unicelular o un ser humano. Incluso se aplican exactamente lo mismo a la humanidad en su conjunto.
Porque la relación que existe entre una persona y cada una de nuestras células es la misma que existe entre toda la humanidad y una persona. Así que siguen las mismas leyes para vivir y crecer. El micro se enrolla en el macro; cada átomo es una réplica diminuta del universo entero.
Siempre que cedemos a una compulsión o nos apoyamos en una corriente que nos fuerza, estamos violando la ley divina. Porque el sello distintivo de seguir la ley divina es tener libertad interior. Cuando nuestras distorsiones internas obstruyen el suave flujo de la fuerza vital de esta manera, se pone en movimiento una reacción en cadena que eventualmente se manifiesta en forma de enfermedad física o mala salud.
Pero ahí, incrustado en nuestras enfermedades, se encuentra el remedio específico que nuestra alma necesita. Al enfrentar y resolver la causa subyacente de nuestra enfermedad, recibiremos la medicina que necesitamos. Con demasiada frecuencia, aunque perdemos este punto, pensar que nuestros males son eventos aleatorios o algún tipo de castigo.
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