Al igual que con las leyes de la física, para cada actitud existe una actitud igual y opuesta. Tales opuestos pueden crear un complemento saludable o llevarnos aún más a la distorsión. Eso es lo que sucede cuando culpamos a la vida por nuestra miseria, negando cualquier forma de responsabilidad propia. Lo que entonces significa que también asumimos cargas que no son nuestras. Porque tal acusación incurre inevitablemente en una actitud compensadora opuesta.
La versión saludable de todo esto sería el equilibrio armonioso de una dosis adecuada de responsabilidad propia junto con la libertad de asumir las cargas de cualquier otra persona. Y, para ser claros, lo último no significa que no debamos ayudar a otros con amor y libertad cuando y donde podamos.
A la larga, podemos darnos cuenta de que las casas construidas sobre arena deben derrumbarse para poder ser reconstruidas sobre una base más sólida. Es así como todo lo que es destructivo tiene un elemento constructivo al servicio de la creación. Esto es siempre cierto, todo el tiempo. Pero en el transcurso de nuestras vidas, la verdad de esto no siempre es tan obvia.
Los opuestos también aparecen al lidiar con nuestro dolor: cuanto más lo aceptemos, menos doloroso se volverá. Es nuestra resistencia al dolor lo que lo hace tan difícil de soportar. Y así sigue y sigue. Cuanto más aceptemos nuestro odio, menos odiaremos. Y cuanto más aceptemos nuestra fealdad, más bellos seremos. Cuanto más aceptemos nuestras debilidades, más fuertes seremos. Cuanto más admitamos nuestras heridas, más dignidad tendremos. Son leyes inexorables, y así debe ser.
Las leyes de Dios son en verdad divinas en su creación y en su perfección. Como tal, nuestro objetivo es obedecerlos lo mejor que podamos. Si hacemos esto, nos guiarán por un camino de crecimiento y curación que eventualmente nos llevará a casa a nuestra propia gloria.
Nuestro trabajo, entonces, es acatar estas leyes amorosas y saber que si elegimos ir por otro camino, bueno, esa es nuestra elección. Pero siempre habrá que pagar un precio. Esta es la mano amorosa de Dios en acción, y siempre, siempre, siempre es por nuestro propio bien. Así que sigamos el camino de Dios. Sigamos adelante.
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