El movimiento que cierra la brecha entre la dualidad y la unidad se llama reciprocidad. Y nada, absolutamente nada, puede crearse sin reciprocidad. Esta es una ley espiritual. En resumen, la reciprocidad es el proceso de dos cosas aparentemente opuestas que se mueven una hacia la otra con el propósito de unirse y crear. Juntos, formarán un todo completo. Como tal, este movimiento de reciprocidad es lo que elimina la separación.
Durante el proceso de reciprocidad, dos cosas deben abrirse entre sí. Entonces, al cooperar y afectarnos mutuamente, puede surgir algo nuevo. El proceso funciona de la misma manera para formar una nueva relación que para crear una obra de arte. Por ejemplo, una nueva forma de autoexpresión solo puede surgir cuando permitimos que nuestros egos limitados se fusionen con algo más allá de nosotros mismos.
Primero, nos formamos la idea de lo que queremos crear en nuestra mente. De esta manera, la mente se une a la inspiración creativa y la imaginación para extenderse más allá de lo que previamente sabía que podía existir. Sin esto, ni siquiera tenemos un plan. A continuación, esta primera parte de la creatividad se conecta con la segunda parte, que es la ejecución. Esto implica que ahora será necesario un esfuerzo. Seguramente, si queremos crear algo, tendremos que poner un poco de esfuerzo, junto con un poco de autodisciplina.
Entonces, la chispa creativa debe trabajar en armonía con los medios más mecánicos del ego para que podamos crear algo. La primera parte, la creatividad, es espontánea y fluida, mientras que la segunda parte, la ejecución, es un acto voluntario de nuestra voluntad. La inspiración sola sin la transpiración no produce más que una buena idea.
Este movimiento de reciprocidad, que nos lleva a la unidad, implica un toma y daca armonioso, una dosis de cooperación mutua. En otras palabras, un Sí debe coincidir con un Sí para que suceda algo. Uno de los primeros lugares en los que podemos aplicar este principio es en la relación que tenemos con nosotros mismos. Debemos encontrar nuestro yo interior a mitad de camino.
Cuando hacemos esto, nos conectamos con la fuente de todo lo que es. Cuando no lo haremos, sino que elegimos operar únicamente desde nuestro ego, nos cerramos de recibir la abundancia de la vida universal. Como tal, seguimos siendo pobres. Porque si no podemos recibir, debemos permanecer privados. Por eso dice en las Sagradas Escrituras que los pobres se volverán más pobres y los ricos más ricos. Ésta es una de las leyes de la vida.
Entonces, cuanto más crezcamos en la dirección de trascender los opuestos siguiendo el movimiento de la reciprocidad, más aprenderemos a unirnos con la Unidad interior y más se llenará nuestra copa.
Pero, ¿por dónde empezamos? Debemos comenzar con aquello a lo que ya tenemos acceso: debemos hacer un buen uso de nuestra conciencia consciente existente para que surja nueva inspiración y sabiduría de nuestras profundidades. En cambio, lo que hacemos con tanta frecuencia es vagar por el camino de menor resistencia, conformándonos ciegamente con una posible existencia. Nos quedamos atrapados en viejos surcos y nos entregamos a pensamientos compulsivos, negativos y desesperadamente circulares. Seguimos reaccionando por hábito y luego pasamos a justificar nuestro comportamiento menos que estelar.
Como resultado, nos cuesta expandirnos más allá de la versión negativa de nosotros mismos con la que nos identificamos. Además, si no utilizamos los valores buenos que ya hemos desarrollado, no es posible que se obtengan valores positivos adicionales. Esta ley de la vida se aplica arriba y abajo, en todos los ámbitos, a todos los niveles de nuestro ser. Es muy importante que nos demos cuenta de esto.
Porque cada uno de nosotros tiene una tarea que hacer. Todos llevamos algún aspecto negativo que necesita transformarse. Hay leyes que rigen lo que hemos traído con nosotros, y ahora podemos trabajar con estas distorsiones. Ese es el propósito de venir aquí: integrar algo negativo en el redil de Dios, y cada uno de nosotros trata de manera diferente la forma en que refinamos nuestras partes sin pulir. Lo que todos tienen en común es la necesidad de encontrar la manera de reconectarnos con nuestra esencia, con nuestro núcleo. Hacerlo nos alinea con la verdad.
A medida que nos curamos y nos volvemos más completos, veremos el principio espiritual del orden emergiendo en nuestras vidas. Cuando el orden no es evidente, nos da mucha información sobre dónde nos encontramos, interiormente. Porque la persona espiritualmente unificada también será una persona ordenada.
Cada vez más nos daremos cuenta de que los límites y la estructura son una parte integral de una creación amorosa y están presentes en todos los aspectos de nuestra realidad. Así que mientras trabajamos para construir una experiencia de vida más armoniosa para nosotros mismos, descubriremos el valor de las leyes de Dios para ayudarnos a crear y mantener el equilibrio. Solo piense, si no hubiera leyes ni fronteras, este mundo entero se desintegraría en una loca bola de caos y destrucción.
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